Entre estas dos fechas se extienden 50 años de crecimiento en la economía de los países hispanoamericanos, compuesto por diferentes ciclos o booms, fases de expansión productiva que son la consecuencia de las nuevas demandas y necesidades que el proceso de industrialización ha creado en Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Holanda, Francia; Donde los antiguos campesinos han abandonado las tareas del campo y se han convertido en obreros industriales que ya no producen alimentos pero que los demandan de manera creciente, según aumenta su capacidad de consumo. Este hecho estimula el cultivo en tierras hispanoamericanas de ciertos productos como café, azúcar, cereales, carne y plátanos. Al mismo tiempo, los avances del desarrollo industrial en los países antes mencionados exigen nuevas materias primas.
El estaño boliviano es necesario para las latas de la industria conservera de alimentos; el henequén mexicano es utilizado por las cosechadoras de cereales en Estados Unidos; el cobre peruano y chileno resulta indispensable para el tendido de la red eléctrica que ilumina ciudades y pueblos en Europa y en Estados Unidos; con el caucho extraído de la Amazonia brasileña se fabrican los neumáticos que utiliza la floreciente industria automovilística de los países industrializados.
La economía de los países hispanoamericanos ingresa, mediante estas exportaciones, divisas para hacer sus importaciones. Y el estado obtiene, a través de las tasas aduaneras que los productos deben pagar a su salida del país, el dinero necesario para satisfacer los intereses de las deudas contraídas con los bancos británicos y alemanes. Los préstamos extranjeros constituyen la principal fuente de financiación de las naciones hispanoamericanas, que intentan cohesionar y modernizar sus tierras mediante la construcción de obras públicas y establecimientos sanitarios.
Su dependencia de las exportaciones es, por tanto, doble, mercantil y financiera. No sólo las impor¬taciones dependen de ellas sino también el pago de la deuda externa, lo que hace que estas sociedades sean extremadamente sensibles a las oscilaciones en los precios de sus exportaciones.
A pesar de la negativa imagen que la dictadura de Pinochet ha formado de la historia política de Chile en la mayoría de las personas, la democracia chilena (con todas las limitaciones pasadas y presentes) ha sido una de las más antiguas del mundo y con escasas rupturas del orden institucional.
Comenzamos nuestro análisis económico en el momento de la grave crisis de 1983 con que culmina la primera etapa del gobierno de Pinochet, caracterizada por una fuerte apertura externa comercial y financiera, y comienza una política pragmática de cambios que permitieron un fuerte crecimiento durante el gobierno militar (aún cuando llevó varios años el retornar a los niveles de producto per cápita anterior a la crisis, lo que ocurrió al final de ese período) y que se continuó con los gobiernos democráticos que asumieron luego.
En 1983 la caída de la actividad económica, medida por el Producto Bruto Interno, alcanzó el 13,4%, la desocupación rondó el 30% de la población activa, el déficit de los saldos en cuenta corriente superó los 2.000 millones de dólares, con un masivo endeudamiento del sector privado y crisis en el sector financiero. Las exportaciones totalizaron un monto de 3.800 millones de dólares, el 71% de las mismas eran explicadas por recursos naturales: en especial el cobre respondía al 46% de las exportaciones totales.
La política macroeconómica se orientó entonces a respaldar la apuesta de convertir a las exportaciones en el motor de la economía, potenciando su integración en la división internacional del trabajo como proveedor de materias primas y alimentos con bajo grado de industrialización, mientras se mantenía una demanda interna muy deprimida: las exportaciones pasarán de ser el 19,4% de la demanda en 1982 a un 37,3% en 1988.
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